Vengo de leer un interesante artículo publicado por el Ing. Emilio Olivo, un excelente profesional dominicano de la agropecuaria, donde alerta sobre la extinción del burro, ese siempre subestimado cuadrúpedo a quien tanto tiene que agradecer la humanidad. El artículo puede ser disfrutado conectándose con el siguiente enlace:
Comparto las expresiones de elogio del Ing. Olivo sobre el burro y lo voy hacer reproduciendo una remembranza que sobre mi ciudad natal, escribí hace algún tiempo “Santiago en el Corazón” en el tema “Una Cosa Piensa el Burro” que dedico al distinguido profesional de la Agropecuaria.
“UNA COSA PIENSA EL BURRO”
Lo vi esa mañana, quedo solitario frente a una calzada del tranquilo pueblo. Tenía su pelambre suavidad y ternura, igual que el Platero que junto a su amo, recorría feliz los valles y pueblos de la vieja España. Lo vi de repente, sagrado y paciente, cargando en su lomo un dios hecho hombre, que pronto de espinas, allá en el Calvario sería coronado. Lo ví como tal, cargado hasta el alma, sus cestas hinchadas de frutas preciosas que su triste dueña le había confiado. Era siempre el asno, el burro callado, que junto a su dueña, la vieja marchanta, las cosas del tiempo sufría resignado.
El burro, ese héroe olvidado, llegó a ser tan importante en la vida de Santiago, que casi una cultura se desarrolló alrededor de ese animal. Llegaban de todos los confines siempre bien cargados. Todas las mañanas ahí estaban ellos, sus cestas repletas de frutos, de arena, de piedra, de carbón muy negro y de dura leña. Su contaminación se limitaba a sus reducidas necesidades fisiológicas y sus escasos ruidos a unos cuantos decibeles frutos de un casual rebuzno de amor incontenible.
Era el burro quien en su lomo traía las marchantas y sus viandas. Como ayudante perfecto era el que esperaba paciente a la vera del camino las ventas y regateos, recibiendo sólo a cambio el garrote por el cuello o una espina en el trasero.
De Bella Vista venían trayendo en sus cestas el lecho del río. Arena mojada, cascajo muy fino y miles de pesadas piedras de colores. Para la cocina, traían la leña de un árbol caído o quizás de uno que el hambre de su pobre amo hiciera cortar. Carbón de la Línea , del que no chispea, manchaba la cara del burro y del dueño.
Su alimento era muy escaso, la paga ninguna. ¿Acaso una cáscara que el pobre masticaba lenta como si temiera que otra no vendría? Lo llamaban bruto, lo llamaban feo y lo comparaban con gobernadores. Por tanto trabajo sólo cuentos, burlas y mal ganada fama.
Y yo me pregunto ¿si es por el trabajo, no es al fin de cuentas quien lleva en el lomo desde horas tempranas la pesada carga quien debe cobrar? ¿No es ejemplo de paciencia el que soporta los males con resignación? ¿Es un bruto lo que vemos, o es un perfecto ejemplar que con su amable conducta a todos puede enseñar?
Pero con todo lo lento que se deslizaba el tiempo en mi infancia, ese amo y señor de todos transcurrió inexorable. Las naciones poderosas del mundo hicieron de nuevo las paces y al parecer se comprometieron a derrochar los recursos del planeta y a llenarlo de infernales artefactos de ruido y humo y el burro desapareció totalmente de las ciudades.!Abajo el burro y viva la contaminación! cantaron a coro.
Yo por mi parte, si me fuera dada la oportunidad de expresar mi agradecimiento a esas amables bestias que tuvieron tan destacado papel en ese Santiago apacible y pastoral de mi infancia, erigiría una estatua de un jumento en un lugar importante de la ciudad y le dedicaría este canto:
No hay comentarios:
Publicar un comentario