NOTAS SOBRE MI PARTICIPACIÓN EN EL DESARROLLO DE LA
UNIVERSIDAD CATÓLICA MADRE Y MAESTRA Y EN
LA FUNDACIÓN DEL INTEC.
En el día de ayer, 11 de marzo de 2016, recibí una agradable sorpresa:
una llamada desde Miami de mi amigo y hermano Felix Forestieri, cuya relación
conmigo se puede ver más abajo, preocupado sobre algunos datos relativos
a la historia del Instituto Tecnológico de Santo Domingo (INTEC), institución
en cuya fundación ambos tuvimos que ver.
La inquietud de Félix, que ahora hago mía, al parecer, tiene que ver con una nota sobre la fundación del Instituto Tecnológico de Santo Domingo (INTEC), institución de cuyo nacimiento fuimos ambos responsables, y cuyo origen según dicha nota es que “las primeras conversaciones sistemáticas que condujeron a la formación del INTEC tuvieron lugar en abril-mayo del año 1971 en la ciudad de Santiago de los Caballeros, cuando un grupo de profesores universitarios tenían la inquietud de crear “una pequeña institución orientada principalmente al ofrecimiento de programas de postgrado en áreas no tradicionales, de programas de educación permanente, de programas para ejecutivos e investigación”. Esa versión desafortunadamente está totalmente divorciada de la verdad.
Aunque hace ya largo tiempo que pasé página a los eventos y circunstancias que describiré más adelante, quise en primer lugar, en aras de preservar la memoria histórica de esa prestigiosa institución hacer la aclaración que aparece más abajo y en segundo lugar porque coinciden en cuanto a ese período abril-mayo del 1971 a una crisis que sacudió a la Universidad Madre y Maestra en ese mismo período, institución y crisis de la cual formaba parte y que puede prestarse a un mal entendido.
A continuación la aclaración que envié al
amigo Felix Forestieri:
“Aunque me encontraba en Nueva York, bastante lejos de su epicentro,
debo confesar que las ondas expansivas del gran terremoto político que fue la
Revolución de Abril del 1965 en Santo Domingo me sacudieron y cambiaron de
forma radical el rumbo de mi existencia.
A principios de ese año me encontraba impartiendo clases de Tecnología
Electrónica y Televisión en el prestigioso Instituto RCA en Manhattan (fundado
por el padre de la radio, el sabio y científico italiano Guglielmo Marconi a principios del
siglo pasado), cuando recibí la visita de un emprendedor dominicano, el señor
José Semorile, quien me propuso formar con él, en la República Dominicana, una
empresa para operar un nuevo canal de televisión.
Frente a una propuesta de volver de nuevo a mi patria y a la independencia de un negocio
propio, resultó una oferta difícil de rechazar, de modo que presenté mi
renuncia al RCA Insitute tanto en mi condición de instructor como de Vice
Director del Programa de Enseñanza en Electrónica en Español efectiva el 1ero
de mayo del 1965.
El estallido de la guerra civil el 24 de abril, con el
consiguiente cierre de los aeropuertos y la inseguridad personal, sin embargo, me dejó en un
limbo económico y moral que duró algunos meses.
No obstante, puesta ya mi mente
en el objetivo inicial me arriesgué y me trasladé a Santo Domingo con mi esposa
e hija en Septiembre de ese año, para encontrar una ciudad destruida, un país
ocupado por tropas extranjeras y descubrir que mi contacto, el señor Semorile, por su parte, había
regresado a trabajar en Nueva York.
Siguiendo esa obstinación congénita que es mi gran defecto y tal vez mi única virtud, viajé a Santiago – mi ciudad natal – para una entrevista con el Padre Agripino
Nuñez, Vicerrector Ejecutivo de una “universidad” de formación reciente – la Madre
y Maestra -donde estaban tras los servicios de un ingeniero para ayudarles en
la formación de una facultad de Ingeniería Electro-mecánica, que a la sazón contaba
sólo con un par de ingenieros civiles como profesores, operando desde unas
aulas prestadas por una institución católica de educación de señoritas.
Así me encontré de pronto frente al enorme reto de crear prácticamente
desde cero, una facultad que habría de requerir profesores de Ciencias –
inexistentes por la ausencia de una institución de educación superior en
Santiago. de profesores de Ciencias de la Ingeniería Eléctrica y Mecánica (carreras
nunca antes impartidas en el país) y de laboratorios de las distintas asignaturas que
componen un currículo profesional para la formación de ingenieros. Para agravar
la situación ya existían 2 grupos de alumnos inscritos a quienes había que
responder de una forma responsable.
Comenzaré ahora con el final de mi historia en Santiago: Cuando salí de
la Madre y Maestra en el año 1971 la Facultad de Ingeniería que contaba
originalmente con 4 profesores ya tenía una plantilla de por lo menos 60
profesionales, la mayor parte de tiempo completo. Estaba en funcionamiento un
Plan de Desarrollo supervisado y financiado por la UNESCO con la participación
de 5 especialistas extranjeros en ingeniería y desarrollo universitario de la cual mientras fui Decano de Ingeniería fui el Director de la Contraparte Local, habían
sido instalados todos los laboratorios en ciencias básicas e ingeniería, estaba en proceso de graduación la primera promoción de ingenieros electromecánicos – los primeros que
producía el país y estaba en marcha un Plan de Formación de Profesores en
Universidades extranjeras – de la cual fui beneficiado ya que en el 1969 obtuve un
Master en Ingeniería Industrial de la New York University.
El éxito de la Madre y Maestra – la materialización de una idea casi
quimérica en la realidad concreta de una institución de educación superior de primer orden – tiene varios padres: Sin dudas el apoyo decidido de la Iglesia
Católica y el carácter positivo de Agripino Nuñez, de los empresarios y pro
hombres de Santiago y la pasión, creatividad y entusiasmo de un grupo de profesores
jóvenes –Ramón Pérez Minaya, Momón Aristy, Ramón Flores, César García, Mario Peralta, Julio Cross y otros entre
los cuales orgullosamente me encuentro – que depusieron todos sus intereses
materiales para trabajar en pro de la creación de una institución educativa hoy conocida
por su excelencia académica y poder transformacional en una ciudad y una región
sin tradición universitaria y cuyo fruto tangible son sus graduados, hoy importantes
activos en la sociedad en sus funciones de técnicos, educadores o empresarios.
Como nota importante, antes de salir de Santiago a realizar mis estudios de post grado, recibí la
visita de nuevo de José Semorile esta vez acompañado del apreciado amigo Manolo Quiroz a revivir la vieja idea de la televisora. Esta vez
prosperó y en el patio de mi casa armamos y fui con ellos y el apoyo de Poppy Bermúdez, uno de los promotores del proyecto de lo que se convertiría
en la empresa Color Visión.
Debo indicar que rechacé la oferta de Color Visión de convertirme en
su Administrador General, pues decidí aceptar la beca de la UNESCO para proseguir mis estudios de post
grado en la New York Univesity.
Fue en esa oportunidad, a propósito, donde tuve el placer de
estrechar los lazos de amistad con el amigo y hermano Felix Forestieri un connotado comunicador y
especialista en Relaciones Públicas, quien a propósito fue el creador del nombre/marca comercial "Color Visión".
Pero la política, la perversa política, todo lo contamina, todo lo
permea y la Madre y Maestra no fue la excepción. En el
1971, desempeñándome como Vicerrector Administrativo un grupo de estudiantes,
reclamando participación en la dirección de la universidad ocuparon a la fuerza
el Edificio de Administración de la Madre y Maestra.
El episodio produjo el
rodeo del campus universitario por parte de tropas policiales del gobierno balaguerista de los 12 años,
la división de la universidad entre profesores de tendencia liberal de
izquierda y la Junta de Directores de tendencia conservadora de derecha, la
aparición de un grupo de profesores en Color Visión demandando la renuncia de
Agripino por su incapacidad en el manejo de la crisis, todo lo cual culminó en la expulsión de un grupo de profesores y estudiantes, entre los cuales me
encontraba. Debe también anotarse que la percepción general – por la
composición heterogénea de la ideología del grupo de expulsados – era que “Agripino había botado todos los comunistas
de la Madre y Maestra”.
Es a partir de esa coyuntura donde debe hurgarse el origen del Instituto
Tecnológico de Santo Domingo – INTEC. En efecto, un grupo de profesores
expulsados – quien suscribe, el Ing. Ramón Flores y el Dr. Manuel Ramón Aristy (Momón)
buscamos la incorporación de Felix Forestieri y del Lic. Delio Canela, para la
formación de una oficina de consultores empresariales que denominamos Consultores Técnicos Industriales (CTI) y a
tal efecto alquilamos un pequeño local en la Avenida Independencia de Gazcue
(frente al antiguo Restaurant El Dragón”.
Así las cosas, nos dedicamos en cuerpo y alma a la promoción de nuestros
servicios profesionales de consultores empresariales. Por supuesto, para un
grupo de profesionales – tildados para empezar de comunistas – en el oscuro gobierno de los doce años de Balaguer, en una cultura sin tradición en el uso de
esos servicios, era muy difícil sostenerse de pie y así la realidad económica
fue imponiéndose y determinando el rumbo que seguiría cada uno de sus
participantes.
Debe aclararse – para ser fieles a la historia de INTEC que en ese entonces, ni antes, ninguno de los miembros de CTI tuvo la intención de crear una institución educativa (quizás con la excepción del Ing. Ramón Flores), pues por el contrario todos los profesores cancelados de la UCMM- ahora en CTI -habíamos quedado con cierta fobia a la educación, quizás por conservar el sabor amargo de haber sido expulsados mediante una simple carta, después de haber dedicado durante nuestros mejores años, nuestros esfuerzos, sueños y pasión a una idea visionaria que pensabamos iba a resolver los problemas de este país tan necesitado de educación e inclusión social.
Una tarde algunos meses después de su fundación reunidos los 5 miembros de CTI, en su local de la Ave. Independencia en una “sesión de lluvia de ideas” para enfrentar la crisis económica que enfrentábamos, empezamos a discutir la posibilidad de crear una escuela para formar
vendedores.
Después de discutir varias alternativas, Felix Forestieri lanzó una
pregunta al aire: ¿Por qué no formamos un Instituto Tecnológico? ¿Cómo lo
llamaríamos preguntó otro? “Pues Instituto Tecnológico de Santo Domingo (INTEC)”,
respondió con aplomo Forestieri y procedió sobre un papel cualquiera a dibujar
lo que fue el primer emblema del INTEC – una columna romana para representar lo
clásico y el diagrama de un átomo para representar lo moderno.
El educador que nunca murió en Ramón Flores, echó la mano a la antorcha
y en poco tiempo se habían creado los estatutos y junto a la experiencia alcanzada
en Santiago de crear una institución casi a partir de la nada, nos lanzamos a
darle forma a la idea.
La primera acción fue la formación de una Junta de Directores de
prestigio. Recuerdo vívidamente que en un balcón de mi apartamento de la calle
Benigno Filomeno Rojas de Gazcue sostuvimos varias reuniones con profesionales
destacados del país – recuerdo al Dr Rafael Molina Morillo (otros escapan mi
memoria)– y a otras personas destacadas que apoyaron con entusiasmo la idea. En
esa reunión se nombró al suscrito como Primer Presidente del Consejo de Administración,
quedando entendido que el Ing. Ramón Flores, como Director Ejecutivo, sería la persona encargada de promover y llevar
a ejecución el plan de acción. A partir de ese momento – no resolviéndose la
situación económica -todos los integrantes de CTI tomaron en poco tiempo rumbos
diversos en sus carreras y sus vidas.
De ahí en adelante, todo el trabajo y el mérito por la materialización
del INTEC quedó en manos de Ramón Flores. Fue él quien obtuvo las aulas del
Colegio de La Salle de la Avenida Bolívar de Santo Domingo para usarlas durante
la noche para impartir las primeras docencias, fue él quien reestructuró
eventualmente el Consejo de Directores de la institución e incorporó personas
importantes del mundo académico, político y empresarial, fue él quien obtuvo el
apoyo gubernamental y de las organizaciones internacionales para echar adelante
el proyecto”.
En cuanto a mí, como colofón y como cosecha importante de mi modesta siembra, fue esa gran experiencia existencial y el
hecho de que tres de mis hijos muchos años más tarde se convirtieron en profesionales graduados de la Universidad Madre
y Maestra mientras que otros dos los son del INTEC, educación que les ha servido de base
para su éxito tanto en el país como en el exterior.”
Ing. Rafael E. Martínez Céspedes
12 de marzo de 2016