sábado, 19 de abril de 2014

UN NUEVO GENIO INMORTAL

El mote de “Gran Niveladora” que se aplica a la muerte por reducirnos a todos, sin excepción, a un inerte despojo sin distinción o categoría política, social o económica, no tiene siempre un carácter universal, pues en algunos muy contados casos, a pesar de  la mezquindad ,  los prejuicios personales o ideología política de sus contemporáneos, la experiencia universal le  otorga al muerto, un  pasaporte de genio inmortal. Tal es el caso de Gabriel García Márquez.

Con motivo de su desaparición física, se dispararon las ventas de todos los libros del afamado autor,  y  los medios informativos del mundo han dedicado un espacio a rememorar su obra y su legado.  De todo este despliegue, a mí en particular, me llamaron la atención dos temas: 1) un comentario del afamado autor norteamericano William Kennedy publicado en el New York Times en 1984 y 2) la lectura del discurso que diera García Márquez en el 1982 en la Academia Sueca al otorgársele el Premio Nobel de Literatura.

Kennedy comentando sobre  su libro más famoso en el periódico neoyorkino dijo: “Cien Años de Soledad” es la primera obra de literatura desde el Libro del Génesis que debía ser lectura obligatoria para toda la raza humana. García Márquez ha hecho nada menos que crear en el lector un sentido  de todo lo que es profundo y lo que tiene y no tiene significado en la vida.”  Semejante opinión, viniendo de tal fuente, no necesita comentarios adicionales.

El otro elemento que define y permite calibrar la persona y la obra del famoso autor latino americano y hombre comprometido, fue el profundo discurso que pronunciara en la Academia Sueca en 1982 al recibir el mencionado Nobel de Literatura, titulado “La Soledad de América Latina”, pieza la cual me parece también lectura obligatoria para todos los interesados en el acontecer socio político de nuestra América y que puede leerse en el enlace:


Del mismo, me permito citar, para deleite del lector espero,  unos párrafos finales:

Agradezco a la Academia de Letras de Suecia el que me haya distinguido con un premio que me coloca junto a muchos de quienes orientaron y enriquecieron mis años de lector y de cotidiano celebrante de ese delirio sin apelación que es el oficio de escribir. Sus nombres y sus obras se me presentan hoy como sombras tutelares, pero también como el compromiso, a menudo agobiante, que se adquiere con este honor. Un duro honor que en ellos me pareció de simple justicia, pero que en mí entiendo como una más de esas lecciones con las que suele sorprendernos el destino, y que hacen más evidente nuestra condición de juguetes de un azar indescifrable, cuya única y desoladora recompensa, suelen ser, la mayoría de las veces, la incomprensión y el olvido.

Es por ello apenas natural que me interrogara, allá en ese trasfondo secreto en donde solemos trasegar con las verdades más esenciales que conforman nuestra identidad, cuál ha sido el sustento constante de mi obra, qué pudo haber llamado la atención de una manera tan comprometedora a este tribunal de árbitros tan severos. Confieso sin falsas modestias que no me ha sido fácil encontrar la razón, pero quiero creer que ha sido la misma que yo hubiera deseado. Quiero creer, amigos, que este es, una vez más, un homenaje que se rinde a la poesía. A la poesía por cuya virtud el inventario abrumador de las naves que numeró en su Ilíada el viejo Homero está visitado por un viento que las empuja a navegar con su presteza intemporal y alucinada. La poesía que sostiene, en el delgado andamiaje de los tercetos del Dante, toda la fábrica densa y colosal de la Edad Media. La poesía que con tan milagrosa totalidad rescata a nuestra América en las Alturas de Machu Pichu de Pablo Neruda el grande, el más grande, y donde destilan su tristeza milenaria nuestros mejores sueños sin salida. La poesía, en fin, esa energía secreta de la vida cotidiana, que cuece los garbanzos en la cocina, y contagia el amor y repite las imágenes en los espejos.

En cada línea que escribo trato siempre, con mayor o menor fortuna, de invocar los espíritus esquivos de la poesía, y trato de dejar en cada palabra el testimonio de mi devoción por sus virtudes de adivinación, y por su permanente victoria contra los sordos poderes de la muerte. El premio que acabo de recibir lo entiendo, con toda humildad, como la consoladora revelación de que mi intento no ha sido en vano. Es por eso que invito a todos ustedes a brindar por lo que un gran poeta de nuestras Américas, Luis Cardoza y Aragón, ha definido como la única prueba concreta de la existencia del hombre: la poesía.

De nuestra parte, unas humildes coplas de poesía popular, para dar una cálida bienvenida a

UN NUEVO GENIO INMORTAL

García Márquez creó
un mundo de fantasía
en que Aureliano Buendía
un día el hielo descubrió
El gran colombiano dio
alas a la humanidad
de escapar la realidad
de saber que va a morir
y del dolor de vivir
Cien Años de Soledad.

Como nunca morirá
ese hombre comprometido
sin saber ni que se ha ido
ahora en Macondo estará
Por sus calles vagará
alias de este Continente
donde siempre tanta gente
sufre hambre y opresión
y cuya imaginación
volvió quimera inocente.

Su mágico realismo
de fantásticas quimeras
de gitanos y rameras
sin él no ha de ser el mismo
ya que  saltando al abismo
ha traspasado el umbral
la liberación total
que a todos pone su mano
y a este gran americano
convirtió en genio inmortal.

Rafael Martínez Céspedes
19 de abril de 2014

1 comentario:

Alberto Vásquez Díaz dijo...

Merecido homenaje al genial escritor que tanto admiramos desde nuestra adolescencia...