viernes, 20 de julio de 2018

COMPADRE: CÓMPRESE UNA CASITA


               COMPADRE, CÓMPRESE UNA CASITA

Esa es la frase final de un chiste cruel, que describe el caso de un amigo que encuentra a otro que había sido desalojado de su vivienda por falta de pago, con todos los trastes de la casa en la acera y su familia llorando alrededor del infeliz. El amigo le da entonces el cruel consejo que encabeza estas líneas: Compadre: Cómprese una Casita!!.

Sin embargo, un consejo parecido  y quizás más cruel, oigo a cada rato cuando un padre le dice a un hijo o  un amigo a otro que es un fumador empedernido: ¡Deja de fumar!!.

Admito con vergüenza,  que yo puedo hablar sobre el tema, pues estuve fumando desde los 15 años por un largo espacio de 20 años. Empecé temprano, como lo hacen cada día millones de adolescentes que como su primera – y casi única- expresión de libertad se unen de forma clandestina a engrosar las ganancias de las grandes corporaciones tabacaleras y posteriormente  a asegurar los  beneficios económicos de la industria que es hoy en día la medicina moderna.

Compadre: ¡Deje de Fumar!! ¡Qué mango! En inglés hay una expresión que describe el acto de alguien liberarse de un problema difícil o casi imposible de resolver que traducido sería “quitarse el mono de las espaldas” (get the monkey off your back) y ese mono – que es el poder adictivo del cigarrillo -  la mayoría de las veces, se agarra con uñas y dientes.

En mi caso, continuando con la metáfora, yo no tenía un mono: tenía un gorila. Yo no era un fumador cualquiera. Era un fumador en cadena de unos largos cigarrillos, sin filtro naturalmente, que encendía para todas las ocasiones: antes y después de un café, con los tragos, antes y después de hacer el amor y en fin no fumaba dormido por la imposibilidad física de hacerlo. De hecho, recuerdo que en mi época de estudiante universitario, me acostaba con la ilusión de ese primer cafecito y ese primer cigarrillo al despertar.

Así las cosas, el cuerpo con su maravillosa capacidad de respuesta, me hablaba de forma elocuente cada día: la tosecita persistente, el silbido que venía de mis pulmones cuando dormía, la gripe – casi enfisema – cada rato que comenzaba con una especie de puñal que me clavaban en el esternón, el aliento pesado y mal oliente del tufo del tabaco. Vicio para gente bruta, me decía sin disimular la pena un médico y gran amigo. 

Por supuesto, que nada odiaba más que esos consejos de intrusos que trataban de cambiar mis hábitos. Soy adulto y nadie tiene derecho a querer gobernar mi vida,  reaccionaba irracional e irresponsablemente.  Claro, que no hay mayor pecado, que uno tratar de engañarse uno mismo y al fin mi instinto de supervivencia decidió tomar control de mi vida. 

Hoy dejo de fumar! decía en la mañana. Sólo que mientras esto proclamaba,  al mismo instante estaba encendiendo un cigarrillo. Probé dejando el café y los tragos al mismo tiempo que a la Diosa Nicotina, pues yo no entendía cómo alguien pudiese beber café o tomarse un trago sin fumar! Menudo razonamiento, abrir al mismo tiempo tres frentes de batalla!!

Leí una vez, una expresión de un ex fumador, cuya recomendación sobre cuál era su técnica para dejar el cigarrillo y contestó: “Se deja de fumar, ¡dejando de fumar!”  Ese consejo,  por supuesto, es una extensión de aquel famoso consejo que Euclides le dio a Alejandro el Grande de que en su escuela no encontraría nada fácil y “que no había un Camino Real hacia la Geometría”.  No hay camino fácil, hacia el aprendizaje de cualquier cosa, llámese vivir, llámese dejar de fumar.

Ese método funciona en algunos casos en otros no, pues definitivamente hay una dependencia fisiológica en el caso que tratamos. Mi método, como cuento más adelante, fue otro.  En mi caso, me aferré al viejo proverbio de que es muy difícil resolver un problema si no se conoce la naturaleza de ese problema, empecé a “acechar” mis hábitos de fumar, estudiar cuando y hasta por qué fumaba y aprovechar cualquier coyuntura en que no pudiese depender del cigarrillo, para vencerlo. 

En primer lugar, observé que en muchas de las actividades sociales en que participaba, duplicaba mi consumo de cigarrillos.  Siguiendo a uno de esos días– un Domingo, sin presión del trabajo u otras fuentes de ansiedad – y saturado por el exceso del día anterior, no me fue difícil pasarlo sin mi consiguiente dosis de nicotina. La prueba real, vendría el día siguiente.

En efecto, lo primero que hice en la mañana, como de costumbre, fue tomar mi esperado café. Empecé a salivar, pues el hábito y la dependencia empezaron a gritar desesperadamente. No les hice caso y me enfrasqué en una actividad febril que duró desde temprano en la mañana hasta muy tarde en la noche. Durante el día, peleé con mis compañeros en el trabajo (el gorila enfurecido no quería que lo molestaran). En la tarde entré en un cine y estuve en la consabida tanda de 5.30 a 8.30 y de 8.30 a 10.30 en otro.  Me acosté satisfecho, pues había sido el primer día en muchos años, donde había estado sin fumar. Aleluya!

El resto de la semana siguió un patrón similar, pero al final de la misma algo milagroso empezó a ocurrir. Empecé por ejemplo a respirar aire puro por primera vez en largo tiempo. Empecé a descubrir con placer el verdadero sabor del café o de un trago social sin nubes de un humo que intoxica.  Las comidas sabían mejor, en fin empecé a experimentar lo que fue la clave de mi independencia y que sólo un fumador puede  saber: Eureka: que no fumar me daba más placer que fumar. 

Aunque casi todos conocemos ya los efectos devastadores del tabaco en la salud de los humanos – cánceres de todo tipo, bronquitis crónica, enfisema, asma y todo tipo de obstrucción pulmonar – soy del parecer que el énfasis en la motivación para abandonar el tabaco, debía hacerse no tanto sobre los aspectos negativos – porque de alguna manera parece que sub conscientemente buscamos hacernos daños nosotros mismos – si no – como descubrí yo – de que fumar da al fin de cuentas más placer que fumar.

Un caso que merece un comentario aparte, fue mi experiencia con un amigo español a quien acompañé en unas gestiones comerciales en un banco local. En el curso de la entrevista que duró menos de 45 minutos, tuvo que pedir permiso 4 veces para salir a la calle a fumarse un cigarrillo. Conociendo la psiquis de los fumadores impenitentes no quise señalarle su fatídico rumbo.  No quería decirle al compadre desahuciado de su vivienda, que se comprara una casita.

Sin embargo, un año más tarde, nos tocó repetir la experiencia y comprobé con agrado que el amigo había dejado de fumar y esta vez no pude aguantar la curiosidad. Me contó que de vuelta a su patria, había tenido una sesión de una hora con un médico especialista quien lo hipnotizó y al cabo de una hora salió odiando el cigarrillo. Me dio sus coordenadas y se las paso a quien le interese:

                  Dr. Jesús Pérez 011 34 96 361812

Recientemente me ayudé con Google y veo que aparecen ciertas informaciones sobre el Uso de la Hipnosis para Dejar de Fumar que debía quizás ser investigado por quienes les interese la liberación. Aparte de la experiencia del amigo español, no conozco realmente ese sistema, pero de todos modos les copio más abajo un par de enlaces:

https://www.estrelladigital.es/articulo/salud-y-bienestar/hipnosis-ganar-salud/20150429144406237835.html

http://www.rtve.es/noticias/20100606/se-puede-dejar-fumar-hipnosis/332523.shtml

Fue tanta mi alegría, cuando al fin pude desprenderme del odioso hábito, que ya libre algunas veces soñaba que estaba fumando pero  despertaba feliz al comprobar que solo había sido una pesadilla. 

Si estas reflexiones, resultan algo largas y pesadas, más largo y pesado se hace el camino de la vida de los fumadores y de quienes le rodean. Ojalá que le sirvan a uno de esos infelices mortales.

Rafael Martínez Céspedes
20 de julio de 2018

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