En mi niñez – esa época dorada de la cual los niños
tienen el firme propósito de salir pero que posteriormente, ya viejos, anhelan
con nostalgia volver a ella – parte de
las tareas en la escuela primaria incluía
la lectura de una porción de un libro de ficción de la autoría de Edmundo de
Amicis titulado “Marco, de los Apeninos a los Andes” breve obra que “narra la
historia del extenso y complicado viaje de un niño de trece años, Marco, desde
Italia hasta Argentina, en busca de su madre, que había emigrado a aquel país
sudamericano dos años antes”. Según la crítica de la fuente que cito “el relato
aporta una cruda visión de la emigración italiana que tuvo lugar durante el
siglo XIX, teniendo que dejar el norte italiano, por un país del continente
americano” . Es interesante observar que en los últimos 50 años el flujo se ha revertido y ahora la oleada de inmigrantes de países pobres son los que saltan los muros o inundan las costas y consulados de los países europeos.
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Sin comprender en ese tiempo el verdadero significado
que siempre ha tenido la migración de seres humanos, veo que el libro citado cobra para
mí ahora un significado especial al leer las noticias de la oleada de niños
migrantes que viene cruzando la frontera Sur de los Estados Unidos después de
realizar un tortuoso viaje de más de 1500 kilómetros procedentes de países
pauperizados de la América Central y que ha causado una grave crisis al rico,
pero asediado y a veces hostil país. Sobre
todo, el caso ayuda a visualizar otra vez con cruda fuerza el extraordinario
drama que representa para esos pobres niños ser utilizados como instrumentos de
unos padres que buscan a través de su inhumana, aunque para ellos justificada, acción, escapar de la inseguridad y la
pobreza de sus países en busca de una vida mejor.
Por supuesto, que lo que ha hecho nuestra desalmada
especie con el abuso de su propia infancia no es tema nuevo, ni nueva tampoco
es la incapacidad global de hacer frente a esta horrible ignominia. Todos hemos
visto, sin lugar a dudas, los niños guerreros en África participando
activamente en conflictos armados en ese Continente, el de niños laborando
jornadas enteras en fábricas o fincas en condiciones extremas; de los abusos
sexuales y de todo género que se cometen diariamente con el apoyo u omisión de
gobiernos e instituciones y, sobre todo, el abuso que la sociedad global comete
contra estos seres indefensos vía la falta de oportunidades en materia educativa
y de salud entre otras. Cito de las publicaciones de UNICEF lo siguiente:
“La
mortalidad infantil es uno de los indicadores de pobreza y grado de desarrollo más importantes de un país . El número de muertes de niños menores de cinco años
fue alrededor 6,9 millones en 2011 y
actualmente siguen muriendo 19.000 al día por causas en gran medida
evitables. El 36% de las muertes de niños menores de 5 años es debido a
enfermedades que se pueden prevenir como la neumonía, la diarrea y la malaria.
La desnutrición supone un tercio de las muertes de menores de 5 años, además de
que 165 millones de niños sufren desnutrición crónica. Diariamente mueren 4.000
niños menores de 5 años debido a la falta de agua potable y el saneamiento
adecuado.
Alrededor
de 57 millones de niños no están escolarizados, de los cuales el 42% vive en
países empobrecidos. Hay 120 millones de niños que no llegan al último grado de
primaria y 130 millones más que no adquieren los conocimientos básicos, no
saben leer, escribir ni contar correctamente”
Como punto final de reflexión, cito lo que pensaba Albert
Einstein sobre el tema cuando dijo: "La palabra progreso no tiene ningún
sentido mientras haya niños infelices” o lo que observó Isadora Duncan
al decir "En la medida en que el sufrimiento de los niños está permitido,
no existe amor verdadero en este mundo". Y sin amor ni progreso siempre habrá alguien
creando
UN PROBLEMA EN LA FRONTERA
A esta especie desalmada
es triste pertenecer
donde tiene uno que ver
que su infancia es abusada
con perversidad forzada
a luchar en cruenta guerra
laborar en llano y sierra
o un día entero trabajar
ó a pie enviada a cruzar
una hostil y rica tierra.
Iluminó nuestra infancia
un gran libro de ficción
que enseñó la migración
tiene rostro e importancia
No tratar con arrogancia
al migrante desvalido
cuya hambre ha compelido
su terruño abandonar
pues pudiéramos jugar
mañana un rol invertido
Pero siempre el egoísmo
de esta especie sin talante
nos enviará un inmigrante
clamando por humanismo
aunque el buen capitalismo
que es la Biblia del saber
nos mandará detener
la oleada con gran muro
ya que obesos de seguro
todos no podemos ser.
Rafael Martínez Céspedes
10 de julio de 2014
Referencias:
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