Cuando uno ve las embarcaciones llenas de refugiados subsaharianos en el Mediterráneo sin poder atracar en
ninguno de los tantos puertos y países que dan a ese mar o cientos de negros
saltando la valla fronteriza en Melilla, o las comunidades de inmigrantes
musulmanes complotando actos terroristas en Bruselas o Amsterdam o ve la
corrupción en el sistema político en Brasil, o sufre el drama de los niños de
inmigrantes separados de sus padres en la frontera de los EUA con México, no
tiene que ser un científico social para darse perfecta cuenta el por qué alcanzó el poder Salvini en Italia y
Orban en Hungría, por qué los movimientos populistas nacionalistas – anti inmigración
de extrema derecha están creciendo como la verdolaga en Europa, por qué un troglodita
como Bolsonaro está a punto de alcanzar la presidencia en Brasil y por qué la
gente ya está aceptando como normal el mundo de valores invertidos que Donald Trump está imponiendo a trompicones
a la Humanidad.
La causa de estos fenómenos es naturalmente la eterna
inequidad que desde tiempos inmemoriales es parte del quehacer humano. Los efectos, sin embargo, son aún más
devastadores pues tienen como ingrediente principal el miedo, la inseguridad,
la angustia a lo desconocido, que
sienten los miembros de sociedades prósperas de que menesterosos de otros
países menoscaben su nivel de vida y que les roben sus empleos y su futuro y
están dispuestos a escuchar los cantos de sirena de extremistas como los que
hemos mencionado, con soluciones basadas en el odio y la violencia.
Por supuesto que ese no es un fenómeno nuevo. Ya lo
vivió el mundo en el período entre la Primera y Segunda Guerra Mundial – donde surgió
la Revolución Bolchevique, el nazismo de Hitler, el fascismo de Mussolini y el
franquismo en España, entre otros. También vivió la Humanidad la casi destrucción
del planeta provocada por las
contradicciones entre esos regímenes totalitarios y las democracias
occidentales y que culminaron en la Conflagración Mundial del 39.
Que pena que tomemos tan poco en cuenta la Historia,
sin hacer nada para cambiar
NUESTRA
ETERNA INEQUIDAD
La
inequidad omnipresente
de
pobres crea oleada
que
como odiada cascada
fluye
en cada Continente
pero
este humano torrente
genera
inseguridad
pues
es de la Humanidad
su
proverbial egoísmo
que
buscará en el fascismo
cuidar
su prosperidad
Guerras
y revoluciones
son
por lo mismo normal
pues
de pobres el total
sube
un año por montones
Por lo
tanto las Naciones
desde
América hasta.Hungría
ricas
con tecnología
nuevos
muros construirán
y
los pobres sufrirán
su
eterna hambre en agonía
Por
eso no es nada raro
que en
cualquier triste nación
en la
próxima elección
gane
un Trump o un Bolsonaro
sólo
un pequeño reparo
tengo
al esto concluir
que le
quisiera advertir
a
quien vote el extremismo
fue
que una vez el nazismo
pudo
el mundo destruir.
Rafael Martínez
Céspedes
17 de octubre de
2018
No hay comentarios:
Publicar un comentario