viernes, 8 de noviembre de 2013

NUEVA HORA 25


Nuestra condición de país pobre, pequeño y dependiente de muchas naciones “desarrolladas”,  nos ha obligado a ser una nación de emigrantes. Así lo confirman los miles de viajeros ilegales que arriesgan sus vidas en las olas del mar y las diásporas de criollos que pueblan grandes ciudades de los Estados Unidos, Europa y ya casi todo el mundo, quienes han sentido en carne propia la discriminación y penurias que deben sufrir todos los que se ven forzados a abandonar sus países de origen. 

Tratándose de un tema con una alta carga emocional, que desgraciadamente ha dividido el país en dos bandos al parecer irreconciliables, no había querido opinar sobre la controversial sentencia del Tribunal Constitucional de la República Dominicana, que según uno de los bandos, desnacionaliza a millares de ciudadanos que, buscando un mejor futuro, debieron pasar durante los últimos ochenta años por nuestro país. Me gustaría en su lugar llamar a la reflexión sobre el impacto humano de una obra de ficción – pero repetida en la realidad millones de veces por protagonistas de carne y hueso-  que tuvo un gran éxito en la década de los sesenta, titulada “La Hora Veinticinco” y que narra el drama de un campesino rumano y su familia, quienes sufren injustamente las consecuencias de la persecución nazi contra todos los no pertenecientes a la pura raza aria que sostendría el Tercer Reich por mil años. 

SINOPSIS DE “LA HORA VEINTICINCO” (1)

“Antes de iniciarse la Segunda Guerra Mundial,  cuando ya los Nazis habían iniciado la persecución de los judíos,  un campesino rumano, Janitz Morit,  recibe presiones del capitán de la policía de su pueblo,  quien acosaba sexualmente a la hermosa esposa de Janitz y, para deshacerse de este  y poder quedarse con ella, lo cataloga arbitrariamente como judío y lo envía a un campamento de trabajos forzados, lo cual en su condición de cristiano ortodoxo, el campesino niega de forma rotunda.

Mientras tanto en el campamento, los compañeros de prisión de origen judío lo acusan de renegar de su fe, pero Janitz les convence de que efectivamente no era judío ya que él era un  cristiano y, consciente de que todo era un error, realiza sus labores con cierta conformidad.

Al arreciarse la persecución de los judíos, el policía acosador viola a la esposa de Janitz y la obliga a divorciarse o a perder su granja. Mientras tanto, el campesino rumano, desesperado, se fuga del campo de concentración en compañía de algunos judíos húngaros. Al llegar a Budapest, sin embargo, la comunidad judía le niega su apoyo por su condición de cristiano, aunque las circunstancias le obligan a terminar en otro campo de concentración de nuevo  como judío. Sin embargo, en la nueva  prisión, un oficial de la SS lo somete a una prueba y determina que todo ha sido un error y que con Janitz se había cometido una grave injusticia pues él era de la raza aria, con lo que el hombre pasa de judío a ser parte del ideal racista ario de Hitler, lo sacan de la prisión y lo hacen miembro de las SS, apareciendo su fotografía en miles de publicaciones, como ejemplo de la pureza de esa raza.

Sin embargo, cuando los aliados derrotan a los nazis, los americanos lo procesan en Nuremberg y muestran como principal evidencia la fotografía de Janitz que apareció en todas las publicaciones de la SS. Al final de la trama, en el juicio que lo condenaría a muerte, la mujer de Janitz  explica en una carta todo su calvario y  el zarandeado rumano es finalmente liberado. Once años debieron transcurrir para que el rumano se reuniese con sus tres hijos en Alemania, donde acepta al nuevo miembro de la familia, el bebé nacido de la violación. Mientras permanecen mudos, un periodista americano que cubría el juicio los entrevista y pese a la insistencia del  fotógrafo, la familia no pudo sonreír, pues habían olvidado cómo hacerlo.”

NUEVA HORA VEINTICINCO

Que triste tiene que ser
ser de algún pueblo elegido
pobre, triste, perseguido
por los que tienen Poder
Igual de horrible ha de ser
ser un pobre refugiado
que es por todos rechazado
sin tener ya donde ir
ni saber cómo vivir
por decreto del Estado.

Ay que triste condición
la de aquel pobre inmigrante
igual que el judío errante
sin Patria ni protección
porque la constitución
que vienen de promulgar
acaba de decretar
que le impone penitencia
y le ordena por sentencia
que cese de respirar.

Si uno siembra iniquidad
como la Biblia lo advierte
cosecha dolor  y muerte
tristeza e infelicidad
Si olvida la caridad
la Patria una vez unida
será casa dividida
de un oscuro porvenir
donde el verbo sonreír
será actividad prohibida.
Rafael Martínez-Céspedes
8 de noviembre de 2013

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