Hace poco, me tocó escuchar un
interesante sermón donde el predicador, rememorando la muerte reciente de la
popular cantante afro norteamericana Whitney Houston, víctima de su letal
dependencia a substancias alucinógenas incluyendo el alcohol, concluyó que a la
famosa estrella la había “matado la indiferencia”. Para apoyar su tesis, el religioso indicó que
una entrevista que concedió la dueña de esa voz privilegiada a una cadena de
televisión de su país, rompió todos los records de audiencia y en la cual la
diva confesó su peligrosa dependencia en las drogas y el alcohol y al parecer
ni la sociedad ni quienes rodeaban a la Houston pudieron hacer nada por ella,
pues casi diez años más tarde en otra entrevista televisiva con un record aún
mayor de audiencia, la estrella confesó que su dependencia había aumentado y
seguía amenazándola con gran virulencia.
A la cantante, cuya voz privilegiada pueden escuchar haciendo tocar el vídeo al final de este artículo, concluyó confiado la mató pues, la indiferencia.
Por supuesto que no es fácil – en un
mundo donde rige el culto a lo individual y privado, donde todo se mide en
dinero– que la sociedad o quienes se beneficiaban de su talento, quisiesen o pudiesen
hacer algo por ella.
Un fenómeno similar se da a la
inversa. Muchas veces, voces solitarias
– que rememoran al San Juan Bautista que clamaba en el desierto – tratan de alertar a la
sociedad de los peligros que representan la falta de educación de un pueblo, la
corrupción pública y privada, el narco tráfico y el auge de la delincuencia, el
consumismo y el culto a lo material, sólo para mencionar un botón de la gran
muestra, sin embargo la sociedad con su movimiento paquidérmico continúa– como
el de la cantante norteamericana – su
rumbo indetenible hacia el abismo. Nadie parece hacer nada. “Es muy peligroso”.
O “Es más fácil quedarse en casa o compartir socialmente con los amigos”. Nos mata pues sin saberlo la indiferencia.
Subyacen en ambos fenómenos, la gran
contradicción del mundo de nuestros días, en el que la tecnología conecta cada vez más los
individuos cibernéticamente a una red virtual, pero que los separa también al
mismo tiempo, cada vez más, afectivamente de sus congéneres. Un mundo
nuevo, donde al parecer se hace cada vez más extraña la empatía, una vieja
virtud en vías de extinción, la cual viene mejor definida como la capacidad de sentir en carne propia el dolor
ajeno y la ausencia de practicarla equivale efectivamente a
MATAR POR INDIFERENCIA
Proclamó con gran sapiencia
un pastor con voz tronante
que a Houston la gran cantante
la mató la indiferencia
pues su letal dependencia
al mundo fue proclamada
que hizo poco o casi nada
para su vida salvar
y hoy que la debe enterrar
ve que fue muerte anunciada.
.
Hoy se puede comprobar
desde Zambia a las Azores
sólo vía computadores
es posible conversar
pero aquello de abrazar
a un hermano estrechamente
o por él intensamente
uno sentir compasión
solo en libros de ficción
aparece solamente.
.
Nuestra gran tecnología
a este necia humanidad
le llevó la Caridad
la dejó sin Empatía
que era virtuosa manía
en propia carne sentir
y el dolor de otros sufrir
sin la cruel indiferencia
que es al fin la mejor ciencia
de este mundo en paz vivir.
Rafael Martínez Céspedes
24 de febrero de 2012
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