Hipocresía, según la definición del Diccionario de la
Lengua es “fingimiento de cualidades o sentimientos contrarios a los que
verdaderamente se tienen o experimentan”. Hipocresía social, como la define
Noam Chomsky, “es la negativa de aplicar a nosotros mismos, los mismos valores
que aplicamos a otros y que, según él, es uno de los males centrales de la
sociedad moderna que promueve injusticias y desigualdades sociales e incluye la
noción de que la hipocresía por sí misma es una parte necesaria o benéfica del
comportamiento humano y de la sociedad”. (1)
No son uno ni dos los casos que ilustran esta
dicotomía de “respetabilidad externa y lujuria interna” de ilustres ciudadanos
que, cuando el mundo los ve, son modelos de
conducta moral y cívica en sus comunidades y a escondidas, dan rienda suelta a la parte oscura de su
naturaleza, entendiendo por oscuridad la
que define y establece la moral religiosa de la comunidad donde se mueven.
Fue justamente dentro de este contexto que el escritor
escocés Robert Louis Stevenson publicó en 1886 en plena época victoriana, su
exitosa obra “El Extraño Caso del doctor Jekyll y el señor Hyde” (2) la novela
que retrata esa desgarradora dualidad o lucha continua entre el bien y el mal que llevamos dentro todos los seres
humanos. Como se recuerda Stevenson hace que el doctor Jekyll, un hombre bueno
y decente, separe y polarice mediante
una poción ambos componentes y logra encarnar la parte maléfica de su
personalidad en el señor Hyde, persona con la capacidad de cometer los crímenes
más horrendos. (3)
Las anteriores consideraciones hacen creíble la
historia que atribuyen a Mark Twain de haber enviado la misma nota a los diez
ciudadanos más ilustres de un pequeño pueblo de los Estados Unidos que decía “Huye,
todo se ha descubierto” para comprobar al día siguiente que sólo uno de los
receptores de la nota permanecía en el pueblo.
Tampoco parece extraño el simpático o patético caso (según
el punto de vista de quien lo mire) ocurrido en una pequeña comunidad de Toledo,
España llamada Quintanar de la Orden, donde el dueño de un Club de Alterne
(Centro de Prostitución le llaman algunos medios españoles) repartió entre
diez de sus mejores clientes billetes de la Lotería que han resultado
agraciados con premios millonarios. El gran dilema es ahora, según reportan los
propios vecinos, muertos de curiosidad, que “nadie ha querido salir del
anonimato, pues todos guardan silencio y la gente anda un poco reacia a cobrar
el décimo por temor a un conflicto familiar.”
(4)
Según los datos que he obtenido, Quintanar de la Orden
tenía al 2012 una población de alrededor de 13,000 habitantes o sea que es un
pueblo pequeño, lo que lo convierte según la propia definición proverbial de
los españoles “en un infierno grande”. Por tal razón no sé si felicitar o darle
el pésame a los ganadores y tampoco sé si llamarles
¿AGRACIADOS? Ó¿DESGRACIADOS?
En España un lupanar
a los clientes habituales
de sus servicios sexuales
ha querido incentivar
y dispuso regalar
billete de Lotería
que con la gran alegría
del minísculo poblado
ha resultado premiado
con el Gordo al otro día.
Pero el grupo sus millones
no ha salido a exigir
pues va el pueblo a descubrir
sus secretas aficiones
e interesantes lecciones
trae el caso extraordinario
que al igual que un funcionario
rico por la corrupción
puede la prostitución
fabricar ya un millonario.
Ese fingir santidad
con lujuria al interior
es un pecado mayor
de esta triste humanidad
que hace ocultar la verdad
a un pobre marido infiel
que sabe es delito cruel
decir que es beneficiario
de un gran premio millonario
por ser cliente de un burdel.
Rafael Martínez-Céspedes
29
de diciembre de 2013.
REFERENCIAS:
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