martes, 22 de enero de 2013

AL FINAL DE LA CARRERA, TODOS DEBEMOS LLORAR



Nadie como los antiguos griegos para darnos con su genial mitología, algunas referencias sobre como interpretar experiencias del género humano que pueden comportar alguna lección paa el futuro en nuestras propias vidas. Por eso, al escuchar la noticia de la escandalosa confesión en el programa de televisión de Oprah Winfrey, del mito del deporte mundial, el laureado ciclista norteamericano Lance Armstrong, quien estuvo durante años negando el uso de esteroides y otras drogas que aumentaban su capacidad de oxigenación para lograr una ventaja física frente a otros competidores y que le hizo ganar innumerables premios del Tour de France, pues “ya no podía soportar seguir viviendo con esa mentira”.

Sin entrar en consideraciones sobre todo el tiempo en que Armstrong tomó para admitir al fin su culpa, creo que la lección a tener en cuenta es realmente la tendencia de miembros de la sociedad humana a buscar el éxito a todo costa, a convertirse en mitos, o como lo define el diccionario en “persona a la que se atribuyen cualidades o excelencias que no tienen, o bien una realidad de la que carecen” porque en este mundo moderno de valores invertidos es el mito el que genera notoriedad y sobre todo dinero, el instrumento que políticos, banqueros, artistas y casi todo el mundo andamos buscando como la panacea a la triste realidad de vivir y tener que morir. Sin embargo, los griegos nos recuerdan en su sabia mitología el síndrome de Ícaro, hijo de Dédalo el arquitecto del Laberinto de Creta. Prisioneros ambos del Rey Minos en la isla y no pudiendo escapar por mar, el padre construyó para ambos unas alas que aseguró con cera, advirtiendo al hijo que no subiera muy alto pues el Sol derrite  la cera. Icaro, desoyendo el consejo, comenzó a volar y pretendiendo subir hasta el Paraíso, el ardiente sol derritió la cera, las plumas se despegaron e Icaro murió cayendo al mar.

Como Armstrong, si olvidamos la lección, al final de la carrera

TODOS DEBEMOS LLORAR

No es muy bueno alto volar
con orgullo y arrogancia
pues el Sol en cada instancia
nuestras alas va a quemar
El hombre tiende a olvidar
o en su miopía no ver
alas no habrá de tener
pues son pegadas con cera
y el golpe que nos espera
será más grande al caer.

Esto lo probó con pena
un laureado campeón
porque nunca esta lección
se aprende en cabeza ajena
Por eso el mundo condena
al campeón de campeones
que con drogas, transfusiones
se hizo un héroe mundial
y acumuló capital
pues buscó ganar millones.

El reputado ciclista
ni es último ni primero
pues presidentes, banqueros
la lección pierden de vista
y sólo al fin de la pista
aprendemos que el Poder
ni siquiera deja ver.
frente a los ojos la mano
y enciende el orgullo humano
que al fin nos hace perder.

Rafael Martínez Céspedes
22 de enero de 2013

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