Tratando de simplificar la teoría de la relatividad, un profesor pidió comparar el tiempo que una persona pasa en un parque florido, sentada en un banco intercambiando caricias con un ser amado, un momento en que las horas parecen minutos, con otra situación donde esa misma persona está sentada en un fogón de brasas ardientes, donde un minuto adquiere categoría de horas. Esta misma analogía puede aplicarse si se quiere comprender y sentir en carne propia, la situación que está viviendo Haití después del catastrófico terremoto del 12 de enero pasado: Han transcurrido seis largos meses, los cuales suman 272,160 minutos, sin que se materialicen las ayudas anunciadas en pomposas cumbres por la comunidad internacional sobre el destino de Haití.
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Porque es en angustiosos minutos en que deben medirse las penurias y el sentimiento de abandono que experimentan los millones de haitianos para quienes desde ese fatífico día su esperanza es el cielo, a donde miran con frecuencia como buscando respuestas, y sus viviendas son los endebles albergues plásticos que se extienden por todo el territorio del asolado país. Bajo un ardiente sol tropical los cientos de miles de refugiados viven en un ambiente de insalubridad y promiscuidad que supera la imaginación del más prolífico de los autores de novelas de terror.
Considerando la endémica corrupción administrativa del hermano país, se entiende que los países que anunciaron sus contribuciones billonarias al devastado país sean cautelosos en el envío de la esperada ayuda. Pero que pase tanto tiempo sin hacerla efectiva es sencillamente un atentado a la dignidad de todos los seres humanos. Dejar que sigan transcurriendo los tortuosos minutos de horror que vive este pueblo maltratado es una invitación a una crisis humanitaria de grandes proporciones o a un estallido de violencia preludio de un gran genocidio. De todas formas, este peligroso vacilar de los países con capacidad para iniciar la humanitaria acción de rescate es sencillamente el paradigma de la irresponsabilidad a quien todos debiamos ordenar:
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!!PASEN DEL DICHO AL BOLSILLO!!
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De cualquier punto de vista
el drama que vive Haití
le puso un toque Dalí
de cuadro surrealista
pues este mundo egoista
de esta gente se ha olvidado
pueblo triste abandonado
que sufre graves tormentos
y entre escombros y lamentos
permanece sepultado.
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Tantas cumbres de naciones
tanta ayuda prometida
pero Haití sigue sin vida
sin que lleguen los millones
y todas sus ilusiones
se comienzan a agotar
lo que viene a comprobar
que prometer es sencillo
pero del dicho al bolsillo
es muy dificil pasar.
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Carpas plásticas mugrientas
son ahora la ciudad
donde en gran promiscuidad
viven las masas hambrientas
y jornadas muy violentas
pueden pronto acontecer
si los que tienen Poder
se les ocurre olvidar
que a este pueblo rescatar
es su imperioso deber.
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Rafael Martínez Céspedes
20 de julio de 2010.